miércoles, 10 de febrero de 2010

EL LAZARILLO DE TORMES. EL JARRO DE VINO DESDE EL PUNTO DE VISTA DE SU AMO CIEGO.


Usaba poner cabe mí un jarrillo de vino cuando comíamos, y él muy de presto le asía y daba un par de besos callados y tornábale a su lugar. Mas durole poco, que en los tragos conocía la falta, y, por reservar mi vino a salvo, nunca después desamparaba el jarro, antes lo tenía por el asa asido. El niño, con una paja de centeno que para aquel menester tenía hecha, metíala en la boca del jarro, chupando el vino y lo dejaba a buenas noches. Y para beber seguro, metíame el jarro entre las piernas y atapábale con las manos.
El pícaro, viendo que el remedio de paja no le aprovechaba, hizo un agujero en el suelo del jarro, y lo tapó con una delgada tortilla de cera. Se colocaba entre mis piernas, con la excusa del frío, y bebía mi vino. Y yo, ingenuo, me preguntaba por qué estaba vacío, hasta que encontré, dándole vueltas al jarro, el agujero.
- No diréis, tío, que os lo debo yo - decía - , pues no le quitáis de la mano.
Yo lo descubrí, pero, como el que calla otorga, esperé con paciencia mi venganza.
Otro día, de nuevo bajo mí, comenzó a beber. Y viendo una oportunidad para ejecutar mi venganza, y con toda mi fuerza, y la furia de la que fui capaz, con las dos manos, le tiré el jarro encima. Fue tal el golpe, que le quedé sin sentido. Pedazos de jarro metiósele en la cara y quédose sin dientes hasta hoy.
Y le está bien parecido, porque aunque ciego, tonto no soy.

Carla Mena Neila (15 años)

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